lunes, 12 de septiembre de 2011

Luego de Libia

Chávez, desde Venezuela, hizo un llamado para una contraofensiva en Libia dirigida por Gadafi y apoyada por los países del Alba, por Brasil, Rusia, India y China. Este llamado es una negación de la realidad, en el sentido de que la guerra civil en Libia está próxima a terminar con la victoria de las fuerzas del Consejo Nacional de Transición y de la coalición de la OTAN, que ya se está distribuyendo los despojos, los campos petroleros y los contratos de reconstrucción.

Los países del BRIC no forman propiamente una coalición política, y la tibieza de su reacción ante la agresividad de la OTAN, particularmente de Rusia y China, fue notable. Además, Rusia y China, difícilmente están preparados para confrontar a las potencias occidentales en los campos de la política, y mucho menos en el campo militar. Aún, en la era de la “guerra fría”, estos países no tenían dispuesto una reacción contundente ante el temor de que se desatara una guerra nuclear.

Por mucho que se rechace la deliberada agresión a Libia, que conto con el manido pretexto de la defensa de los derechos humanos, hay que reconocer que estamos ante una secuencia de agresiones por razones económicas o estratégicas que han tenido éxito desde que Occidente recuperó la confianza luego del fracaso de Vietnam.

Por ahora, los que se sienten huérfanos de la Unión Soviética, no parece que vayan a tener apoyo de ningún país importante para enfrentar a la OTAN, lo que no quiere decir que no tengan la justicia de su lado. Tampoco quiere decir que los países de la OTAN vayan a continuar victoriosos impunemente con sus intervenciones militares en cualquier país que escojan.

Existen países y áreas de influencia que pueden generar errores de cálculo peligrosos. Además, las consideraciones de corto plazo no son suficientes para definir el éxito de intervenciones que tienen consecuencias importantes de mediano y largo plazo. La intervención de Afganistán viene complicándose con el deterioro de la situación en Pakistán que sugiere la entrada en una fase de mayor envergadura y salida incierta.

La ocupación de Iraq, que terminó efectivamente hace rato, con el régimen de Sadam Hussein, no ha podido estabilizar el país, y aunque el petróleo está fluyendo nuevamente hacia el exterior, y muchas grandes empresas de EE.UU. se han enriquecido con los contratos de reconstrucción, nadie está en condiciones de garantizar el futuro inmediato particularmente si se tiene en cuenta la influencia sobre Iraq de dos países vecinos tan importantes como Siria e Irán.

El fin de la guerra de Libia parece próximo pero el norte de África, incluyendo a Túnez, Libia y Egipto, está lejos de haber encontrado su norte político, y a ratos parece estar ingresando a una situación de gran inestabilidad y confusión como lo muestran los ataques multitudinarios contra la embajada de Israel en el Cairo la semana que pasa.

Por todo lo anterior, se puede afirmar que el pesimismo occidental sobre el panorama internacional, que es uno de los factores que explican la falta de confianza en los mercado de valores, es razonable si se tiene en cuenta la envergadura creciente de los conflictos, los problemas crecientes para el abastecimiento de combustibles y la amenaza continua de ataques terroristas, que no desaparece a pesar del empleo de la violencia, selectiva o masiva, y de una inteligencia que a veces tiene el lamentable resultado de convertir buenos amigos en irreductibles enemigos.

No, los tiempos que corren no son buenos y somos afortunados los países donde aún no se ha instalado el pesimismo y el cinismo de los viejos centros políticos y económicos del mundo que no se quieren resignar a perder la hegemonía sin intentar métodos duros de dominación.