Faltan aún dos años para las próximas elecciones presidenciales en Venezuela y ya Chávez dice que se presentará como candidato para otros seis años y que las fuerzas armadas no tolerarán una victoria de la oposición en esas elecciones.
La nueva asamblea que se instaló el pasado cinco de enero tiene 67 curules de la oposición contra 98 curules del chavismo a pesar de que en las pasadas elecciones de septiembre los votos por los candidatos de oposición superaron a los votos por los candidatos del gobierno. Pero a pesar de la mayoría gubernamental en la nueva asamblea antes de que terminara el año se aprobó, en la asamblea anterior, una ley habilitante que faculta al presidente Chávez para expandir decretos-leyes durante 18 meses.
La justificación que se esgrime para el autoritarismo en Venezuela es el proyecto socialista que se quiere establecer en medio de una realidad plagada de inflación, corrupción, alta criminalidad y una oposición creciente que se hace escuchar a pesar de las mordazas que se aplican.
Resulta imposible predecir el rumbo de Venezuela durante los próximos dos años y luego de 12 años de chavismo en el poder. Una gran parte de la política internacional de Chávez está sintonizada con los cambios que está experimentando el mundo y con las oportunidades que se presentan de defender reivindicaciones de América Latina que han sido minimizados durante décadas por las grandes potencias.
Sería una lástima que todo eso se fuera al traste y es difícil imaginar el regreso, en Venezuela, de una clase política corrupta e indiferente a los intereses populares. El aumento que están experimentando los precios del petróleo también puede representar un fortalecimiento económico que podría apuntalar internamente al chavismo. Ojala Venezuela supere esta complicada coyuntura con madurez, e imaginación y flexibilidad en forma tal que siembre un futuro inmediato de prosperidad y optimismo no solo para sí misma sino para la región.
El sueño de una economía socialista y de una estabilidad política a toda prueba tiene que partir del reconocimiento de las realidades políticas y económicas del presente evitando, hasta donde sea posible, confrontaciones de vida o muerte. Los latinoamericanos no podemos renunciar a la democracia a favor de un autoritarismo socialista que ya fracasó en el pasado.
Esto no quiere decir que tengamos que resignarnos al fatalismo de una democracia liberal de élites amigas y dependientes de los países poderosos e indiferentes a los intereses de las grandes mayorías.