Ivan Saldarriaga
Todos los días se producen noticias sobre masacres en México y en Colombia se suele comentar, con orgullo y suficiencia, que México está pasando por una etapa parecida a la que tuvo Colombia en los años 80 y 90.
Al decir esto suponen que aquí el terror del narcotráfico es cosa del pasado y que ya vivimos en el “postconflicto”. Pero otra cosa es la que muestra la realidad de grupos de refugiados que llegan todos los días a las ciudades a aumentar las cifras de desempleados hacinados en barrios sitiados por el terror de las bandas que controlan el narcotráfico al menudeo y se reparten el territorio imponiendo cobros al transporte público, al comercio y a las residencias particulares.
El presidente de México Felipe Calderón y el expresidente Fox han empezado a hablar de la posible despenalización de la producción, el comercio y el consumo de la cocaína y la marihuana para cambiar la orientación de la “guerra contra el narcotráfico” hacia el enfrentamiento de un problema de salud social con énfasis en la prevención y el tratamiento de los consumidores.
Si el fracaso de la guerra represiva en México parece evidente, qué no se podrá decir de Colombia que lleva casi diez años de “Plan Colombia” sin que disminuya significativamente la producción y el comercio de cocaína. En los centros de poder del país, como el Congreso de la República, el poder paramilitar se mantiene hasta el punto de que algunos analistas sostienen que los paramilitares controlan el 29% de las curules.
Si se aprobara la despenalización de las drogas en México probablemente se debatiría en Colombia la posibilidad de una decisión similar en nuestro país. No son claras las posibles consecuencias que esto tendría en unas circunstancias en las que los narcotraficantes y paramilitares trabajan en silencio administrando sus imperios económicos y políticos.
¿Será la despenalización la mejor manera de controlar la violencia que producen estas actividades con las que los políticos, los empresarios del campo y la sociedad en general están tan familiarizados? ¿No será, más bien, ésta una manera de facilitar las aún más las cosas y de reconocerles, formalmente, su situación dentro de la élite del poder? ¿No será una equivocación medir la despenalización total con el rasero de la despenalización del pequeño consumo que aparece tan inofensivo y que fue prohibido recientemente en el país?
El problema en el que está metido México va para largo y el problema de la violencia y del paramilitarismo en Colombia también como se evidencia en los obstáculos que se empiezan a levantar contra la ley de tierras que busca devolver a los refugiados las tierras que les fueron expropiadas por los paramilitares.
México y Colombia son expresiones de un único problema que tiene otros protagonistas que no hemos mencionado: los consumidores de los países ricos.