El discurso de posesión de Santos despierta esperanza y está lleno de buenas intensiones. Los presidentes de Ecuador y Venezuela se han manifestado dispuestos a recomponer rápidamente las relaciones deterioradas en la administración anterior. Ante el optimismo generalizado a veces parece como si lo de los falsos positivos, lo de las chuzadas del DAS, lo de la pelea del presidente con la Corte Suprema, lo de la acusación de sobornos mediante entrega de notarías, lo del ofrecimiento de favores para la primera reelección, lo de los enfrentamientos verbales con los países vecinos usando los medios de comunicación, parece como si todo esto, digo hubiera sido una pesadilla de la que hemos despertado.
Pero no. Muchos de estos escándalos siguen su trámite en manos del poder judicial y algunos podrían llegar incluso a la Corte Penal Internacional.
En cuanto a la administración que comienza si se nota, evidentemente, un cambio de lenguaje lejos del tufo camorrista del anterior mandatario. El llamado a la concordia y a la participación de todos los partidos en su gobierno calma los ánimos y amplía la base política de sustentación de la nueva administración. La mención de la posibilidad de un acuerdo para que las Farc y el ELN depongan las armas y entreguen a los secuestrados también oxigena el ambiente y le da a la ofensiva militar un sentido distinto de la búsqueda del exterminio total de los grupos guerrilleros.
Todo eso está bien, pero los grupos de poder que actuaban en la administración anterior están intactos y forman el núcleo principal del actual gobierno. Quizás han recobrado un poco de lucidez, ¡en hora buena!, pero las rectificaciones de Santos mostrarán su solidez solo cuando se debatan la reforma a la justicia, la reforma a la salud, la reforma tributaria, el régimen de garantías, el respaldo a los intereses de los refugiados de la guerra y el acuerdo militar con los EE.UU. que podrá pasar al Congreso si no prospera la demanda que se ha puesto ante la Corte Constitucional.
Las posibilidades que se abren son muchas pero lo razonable es reservarse una dosis mínima de desconfianza sin que esto impida reconocer los avances y los cambios que se vayan advirtiendo. El paso del Polo de convocar a una marcha contra el gobierno y a favor de todas las reivindicaciones sociales pendientes, en la primera semana de la administración Santos, es algo que parece demasiado precipitado dadas las circunstancias.
Parecería más lógico mostrarse comprensivos con un nuevo presidente que, si cumple lo que prometió en su discurso de posesión, puede estar dispuesto a voltear la página de los ocho años anteriores.